No sé si os acordaréis de que el fin de semana pasado fui abducido por unos marcianos; bueno, pues ayer por la tarde me soltaron en un bosque que hay muy cerca de mi casa.
Cuál fue mi sorpresa, cuando al salir por la puerta del OVNI, le pisé los testículos a un oso pardo. ¿Acaso los osos pardos no se habían extinguido en el Jurásico? -Pensé yo-. Pues no, resulta que están vivos, y que son abundantes; muy muy abundantes.
Una vez ya estaba cagado de miedo, comencé a correr como una instalación, esquivando plantas, esquivando piedras, y esquivando más y más osos que salían de todas partes; incluso hay osos zombi que salen de la tierra (sacando las patejas a través del césped y agarrándote de los bajos del pantalón). Era una persecución en toda regla, y estaba a punto de ser devorado por esos animales ciegos de razón, cuando de pronto surgió el milagro del que vengo a hablar:
LA IGLESIA EVANGÉLICA.
Satanás, que es como se llama el Dios de los evangelistas, puso su mausoleo en mi camino para que no me comieran los osos. La única forma que tengo de pagar mi deuda con la Iglesia es sacrificando a las personas que no sean de mi religión (Id con cuidado a partir de ahora, obispos).